domingo, 14 de diciembre de 2008

PREGON OFICIAL 1998


PREGON DE SEMANA SANTA DE MOTRIL 1998

Tú has de ser la primera a quien me dirija en esta tarde de primavera motrileña, porque eres Tú la principal protagonista de la historia que cada año conmemoramos en esta tierra de María Santísima. A Ti Señora de la Cabeza mi primer saludo. Te pido licencia para mi gran atrevimiento, que no es otro que dejarme guiar por tu ayuda mediadora para poner en estas palabras, como si Tú misma hablaras, los pensamientos, penas, amarguras y dolores que Tú, Santísima Madre, hubiste de soportar con Amor infinito a tu divino Hijo. Celestial y Excelsa Patrona de Motril, perdóname tal atrevimiento y auxilia a este hijo tuyo, que solo aspira en este día poder testimoniar a mis hermanos cofrades de Motril la Pasión y Gloria de Nuestro Señor.


Tus hijos te rinden culto,
a ti, divina paloma,
que al mirar hacia lo alto,
ven el Amor que a Motril se asoma.
No hay dolor que no encuentre consuelo
en tu mirada tan dulce.
Ni angustia que alivio no halle
bajo el amoroso manto
que adorna tu fino talle.
Eres de Motril, Señora,
de su vega, mies fecunda,
alivio de los pesares,
Porque eres Señora divina,
por infinitas razones
nombrada por los motrileños
corregidora perpetua
de estos fieles corazones.

Itmo. Sr. Vicario Episcopal, Sra. Presidenta y Junta de Gobierno de la Agrupación de Hermandades y Cofradías, Sres. Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno, hermanos y hermanas cofrades.
Resulta ocioso expresar el gran honor que representa para mi encontrarme hoy en esta tribuna. El mutuo sentimiento de amistad que me une a los miembros de la Junta de Gobierno, tan dignamente presidida, les llevaron quizá a designar para tan honrosa tarea a quien les habla.
Vaya por delante, pues, mi agradecimiento a quienes decidieron que este cofrade de a pie, se disponga hoy a intentar cantar la Pasión de Nuestro Señor y el Dolor de su Santísima Madre desde esta particular Jerusalén motrileña.
No he conocido hasta este momento las palabras de mi presentador, pero tratándose de mi querido hermano Agustín, sin duda se habrá excedido en elogiar mis pobres virtudes, omitiendo, por puro afecto fraterno, mis defectos. No obstante, he de agradecerle públicamente su amistad, su confianza, tantas veces demostrada, y sus cariñosas palabras.
Al aceptar esta misión que me ha sido encomendada me hice la siguiente pregunta ¿Cómo iniciar el pregón de la Semana Santa de mi pueblo? La respuesta vino a mi mente enseguida. La Semana Santa popular, nuestra peculiar forma de entender la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, es fruto de una tradición de siglos, y de unos sentimientos históricamente compartidos por las generaciones que nos han precedido. Así pues, no cabe comenzar este Pregón mas que con el recuerdo, admiración y reconocimiento a cuantos ya no están con nosotros y sin cuya enseñanza, ejemplo y trabajo cofrade, nuestra Semana Santa no habría llegado a ser como es hoy. Y he de deciros, queridos hermanos, la admiración que siempre me ha producido el escuchar a mis mayores cómo aquellos antiguos cofrades tuvieron que realizar su labor en unas condiciones tan penosas y precarias muy diferentes a las que hoy nos encontramos en nuestras cofradías. Desde esa procesión gloriosa que es el Cielo, los viejos cofrades nos siguen dando ánimos y marcandonos el camino en nuestra Estación de Penitencia. A todos ellos esta dedicado este Pregón.
Hace ya mucho tiempo hubo un niño es esta ciudad que, como tantos en aquellos años, era monaguillo de su Parroquia en el barrio de Capuchinos. Dentro de su corta edad podía percibir como al llegar la primavera de aquel Motril todavía pueblo, donde aun se jugaba al balón en las calles de tierra, donde aun los niños llenaban las calles; en este tiempo su mayor distracción era aliviar a los pobres borricos de su carga de cañas recién cortadas, provocando la ira de los antiguos arrieros. Decía, que al llegar la primavera, ese niño podía percibir cómo su iglesia cambiaba por completo, y a ese Señor muerto que todo el año veía en una urna encerrado, lo sacaban de ella para ponerlo sobre una camilla y a la Virgen vestida de riguroso luto la subían a un enorme trono con una más enorme cruz a su espalda. Yo como ese niño, vestido de monaguillo, acompañaba a la procesión de su barrio, sin saber muy bien por qué, en ese día de primavera las personas mayores se vestían con un hábito y tapaban su cara. El por qué de todas esas cosas lo fue aprendiendo aquel niño con el paso de los años, y es el fruto de ese aprendizaje, vivido y sentido, lo que ha de conducir, ojalá lo consiga este pregonero, estas palabras que hoy os dirijo.



Aun recuerdo aquel niño que jugaba a ser carpintero. Cuanto tiempo ha pasado de aquello. Hace ya tres años que marchó de casa, y a veces me han venido a visitar a Belén, dese Judea y Galilea, hombres y mujeres para contarme todo lo que mi Hijo estaba haciendo. A los ciegos que dio vista, los tullidos que se levantaron del suelo, cuando sacó del sepulcro a su querido Lázaro. Y yo misma recuerdo vivamente cuando fuimos a Caná, en aquella boda.

Hoy estoy aquí, con Él, en Jerusalén; tan llenas las calles de gente como en un día de mercado. Él ha venido con sus amigos y con esa multitud que desde hace tres años le sigue por todos los caminos. Pero le están gritando. Le llaman bendito. Y son también muchos niños los que le aclaman a su paso. Esos mismos niños que Él gusta de rodearse, porque en sus corazones limpios se esconde la llave de su Reino; cuando me contaron que para en entrar en él dijo que había que hacerse como niños. Desde este mirador rodeado de palmeras y de pinos puedo oír también cómo esta sonando la música a su paso, y esos muchachos que parecen llevarlo en vuelo. Es como un Rey, al que aclama todo su pueblo. Pero Él me contó que su Reino no es de este mundo. ¿Cómo ahora lo llevan como un rey? Él siempre ha reinado en mi corazón y en el de cuantos lo han conocido. Seguramente se refería a eso, no es su deseo reinar en Jerusalén, sino en el corazón de todos los hombres.
He bajado del Cerro donde me encontraba para ir cerca de Él. El pueblo entero le acompaña moviendo palmas y ramas de olivo. Adentrándose por estrechas calles y desde los tejados y azoteas llueven flores y romero, que perfuman el aire con su fragancia. Me pregunto si será este el momento de realizar mi Hijo aquello para lo que anuncio el Ángel que venía, si ha llegado el momento de Jesús Salvador. Toda esta muchedumbre que lo aclama, los hosannas que le gritan han de ser una señal de triunfo, del comienzo de su reinado.
Se ha acercado a mi en esta callejuela, que le llaman de Comedias, y solo le ha dado tiempo a dedicarme una sonrisa; quizá recordando cuando hace algunos años estuvimos en una de estas casitas, rodeados de muchos amigos a quienes entregó su Amor y les enseñó que es su único mandamiento.





La tarde se esta marchando
y pinta de sangre la vega,
cuando entra Jesús a Motril,
a lomos de burra llega.
Las campanillas repican
cuando alegre trota el paso
al salir por esa puerta
del Colegio del Rosario.
Un clamor de niños-hombres
afuera lo están esperando,
al Señor de la Borriquita
con palmas acompañando.
A su paso las palmeras,
como si corazón tuvieran
se inclinan a contemplar
al Rey de reyes de cerca.
El pueblo entero le grita,
Motril entero le ensalza,
a Jesús de Nazaret
todos reciben con palmas.
Y los niños, inocentes,
en gritar son los primeros,
pues es su corazón la puerta
para el Reino de los Cielos.
El costalero lo mece
sobre sus hombros cansados,
es su forma de alabar
a quien va a ser crucificado.
Pases por donde pases,
Comedias, Nueva o Cruz Verde,
Motril entero se apiña
en tus calles para verte.
Mirad todos los que veis,
seáis o no de la Hermandad,
cómo Jesús en un asno,
nos da lección de humildad.
Y cuando por Carrera pasa,
saliendo ya los luceros,
Jesús en su burra va
al son de Campanilleros.
Y cuando se va a encerrar
Tu Rostro, resplandeciente,
Jesús no nos dejes nunca,
gritamos aun más fuerte.
¡Jesús de Jerusalén!
Jesús de Motril el Rey,
en Ramos nos enseñaste
que es el Amor, tu Ley.


Todavía resuenan en mi cabeza los ecos del Domingo. Las aclamaciones a mi hijo. Sin embargo hoy sé que me he quedado sola, y que Él se ha ido a rezar al Monte de los Olivos. Han ido con Él tres de sus amigos, pero sé que Él también se siente solo. Ahora comprendo que se acerca el momento. Esta noche han estado cenando todos, ha compartido una vez más el pan con todos. Pero ahora se ha quedado solo. Solo no. Tiene mi amor y sobre todo tiene el Amor del Padre. ¡Cuanta obediencia debe haber en Él para aceptar ese trance! Y cuanta resignación. ¡Dios mío! Para que el corazón de Madre soporte esta herida. La misma obediencia que yo aprendí cuando vino el Ángel a anunciarme su llegada, la transmití a Él. De nuevo recuerdo la boda en Caná y cómo obedeciendo mi petición transformó el agua en vino. Hágase en mi según tu Palabra, le dije al Señor aquella vez; y Jesús no podrá mas que ponerse en las manos del Padre esta noche de lunes, no querrá mas que aceptar la voluntad del Padre.
Es tan doloroso para una Madre aceptar el sufrimiento de su Hijo, peor es la voluntad de Dios y por otra parte yo he sabido siempre cual es el destino de Jesús, cómo en su Muerte esta su Victoria, pues Él mismo ha dicho que volverá de la muerte para realizar su misión salvadora.
Pero que largas estas horas de espera. Si al menos pudiera estar a su lado y acogerlo en mi regazo como cuando era un niño en aquel Belén tan lejano. Pero, qué podría hacer yo, una pobre mujer galilea, frente a este mundo lleno de odios. Tan solo puedo hacer una cosa, rezar a Dios. Él sabrá que hacer y que es lo mejor.


Con gotas de sangre divina
los olivos se han regado,
y hasta el Ángel, con tristeza,
sus lágrimas han derramado.
Reza en silencio, Jesús,
de hinojos aquí postrado,
sus amigos, infelices,
también le han abandonado.
Jesús, no te sientas solo,
en los olivos rezando,
que en San Agustín está
Motril entero aguardando.
Y cuando por las puertas sales
los ojos fijos al cielo
y las manos implorando,
todo Motril te acompaña,
Motril todo esta rezando.
Capirotes rojo sangre
van desgranando el Rosario
pidiendo que si es posible
Tu no llegues al Calvario.
Tu no estas solo, Señor,
que aun conservo en la memoria
cuando vi pasar radiante,
la Virgen de la Victoria.

Anoche le prendieron. Le condujeron a los Sumos Sacerdotes y le han traído al Palacio del Gobernador romano. Aquí estoy sola entre tanta gente. Me ha parecido ver muchas caras que estaban el Domingo en aquella procesión de palmas. Con tantos amigos no debo estar preocupada. Si hay algún problema sus amigos acudirán en su ayuda. Qué puede pasarle a Él que no ha hecho mas que el bien entre los suyos, que ha curado a tantos y tantas y tantas cosas les ha enseñado. Ahí asoma. Pobra Hijo mío. Tiene una expresión tan triste. Veo en sus ojos una expresión de entrega, de paz, de ternura y de abandono. Y tiene atadas las manos, esas manos que tanto bien han hecho. Un momento, ya aparece Pilatos. Esta leyendo los cargos contra Jesús. Dice que es el Rey de los judíos. Pero no sabe que su Reino de no es de aquí. Lo soltará, porque en la Pascua siempre se libera un preso y quien sino mi Hijo, que ningún daño ha hecho. Qué están diciendo. Que suelte a Barrabás. Pero si son los mismos que el Domingo le aclamaban. Qué débil es el corazón del hombre. El Gobernador tendrá que dar una sentencia absolutoria para mi Hijo. No ha cometido ningún delito. Pilatos está pronunciando la Sentencia de Jesús. No puede ser, Dios mío, que lo condenen a muerte en la Cruz. Al más justo entre los hombres se le hace la mayor injusticia. A quien es todo Amor se le castiga con la ira y el odio. A quien ha entregado su vida se le exige su muerte. En le fondo de mi corazón aun albergaba la esperanza de que esto no ocurriera, de que la misión encomendada por el Padre no tuviera este dolorosa camino. Acaso no he de aceptar yo también este dolor. ¿No tengo que cargar dócilmente con esta cruz? ¿Pero, y a estos que le han condenado, como debo tratarles? ¿Acaso el odio no engendra mas odio? ¿La ira más ira? Pero la respuesta debo encontrarla en mi Hijo; ellos le llamaban el Maestro. Y Él nos ha dicho que debemos perdonar setenta veces siete y también que debemos amar a quienes nos hagan mal. ¡Cuesta tanto perdonar de corazón! Pero he de seguir sus palabras.

Quisiera tener una espada
como S. Pedro en el Huerto
y romper de una tajada
las cuerdas que hoy te han puesto.
Pero mi empeño es en vano
ya a Ti te han sentenciado
y en el Carmen, a tus manos,
con vil infamia han atado.
Tienes la mirada puesta
en algún punto perdido,
pero sin embargo siento
que me miras como amigo.
Lentamente vas bajando
la escalera del Carmelo,
Cuanta belleza en la cara
cuando se mece tu pelo.
El Señor de las Angustias
camina por Motril seguro
pues todo el pueblo conoce
que no hay corazón más puro.
La mirada de Jesús
es todo Amor y ternura
y en sus ojos, casi viva,
una expresión de amargura.
En el silencio del alba,
un salmo de voces puras
entonan esas palomas,
nazarenas de clausura.
Vuelve la gente a la plaza
a encerrar la procesión
y gritan con toda su alma
¡Viva Jesús del Perdón!

Tengo que ir a su encuentro, me dicen que le han puesto una corona de espinas, como si de un rey se tratase, y después de azotarle lo conducen al camino del Gólgota. Ha cargado con el madero y sus piernas tiemblan bajo el peso de los azotes y de la Cruz.
Para mi no es primavera, no, que se me antoja como el mas crudo invierno, y mi corazón se abre con puñales de duro hielo. Ese que sale al Calvario es mi Hijo. Y su Madre, pobre de mi, no puede hacer nada por aliviar de su hombro el peso de la Cruz. El cielo se obscurece ante mis ojos en esta madrugada tristísima y doliente. Tengo que acercarme a Él para consolarle en su camino, y recordarle cómo tuvo el poder de sanar a los enfermos, de dar vida a los muertos, de consolar a los corazones afligidos; quiero acercarme a Él y decirle que puede superar este trance como pudo realizar tales maravillas. Pero siento que no es rebelándose ante esta infamia como mi Hijo muestra su Poder, su Reino no es de este mundo, decía siempre; su Gran Poder no es otro que le Gran Poder del Amor. Cuando sanaba a los enfermos, los sanaba por Amor, cuando resucitó a Lázaro, lloró por Amor a su amigo, cuando extendía sus manos y acogía en su corazón a todo el pueblo, lo hacia por Amor, y cuando allá en el Monte de los Olivos, aceptó beber este amargo Cáliz, lo aceptó por Amor al Padre. Se ha acercado ese forastero de Cirene y camina junto a Él llevando su Cruz. Bendito sea quien alivia a mi Hijo de su carga. Benditos todos los que comparten con Él este camino.



A las doce de la noche,
la luna llena en lo alto,
empieza el caminar
de Jesús el Jueves Santo.
Con sus manos marfileñas
apenas roza la Cruz,
y ese rostro, tan divino,
Irradia a todos su luz.
No es dolor lo que yo veo
en este Jesús de hermosura
que al mirar su cara siento
tristeza, amor y ternura.
Mis hermanos de las monjas
Gran Poder te han llamado
porque conocen tus obras
y aman a quien te ha enviado.
Has estado muchos años
recluido en la clausura,
cuidado por blancas manos
de unas palomas puras.
Pero hoy te vemos aquí
en medio de la ciudad,
para devoción del pueblo
y gozo de tu Hermandad.
Si timbales y tambores
escuchas de madrugada
hermano, no tengas miedo,
es el Gran Poder que pasa.
Y si a tu alma llegara
algún miedo, algún temor,
no sufras, míralo a Él,
al Gran Poder del Amor.

Han pasado muchas horas desde que llevas la Cruz, Hijo, parece que tus fuerzas te abandonan por momentos, que vas a rodar por esas piedras donde tus sandalias caminaron tantas veces. Cómo puedes soportar tanto dolor, tanta angustia. Esta daga mortal que a mi pecho hiere parece hundirse más cuanto más te miro, y sin embargo tú resistes y soportas, con abnegación, con sufrimiento, con inmenso dolor este Calvario. Una lección más de las que has dado. Tus amigos ya no están, unos no han soportado el dolor de verte así, otros, espíritus débiles y temerosos, se han ocultado por miedo. Cuanto me gustaría decirles ahora: ved su dolor y su entrega, tomad ejemplo, como tantas otras veces y recordad siempre este momento, para cuando os llegue la hora a vosotros de padecer la injusticia y la desventura. Recordad siempre cómo el que llamabais Maestro os dio la mayor lección, con el ejemplo único de su vida, entregada por Amor a sus amigos.



Refugio de nuestras almas
Nazareno, siempre has sido,
por siglos los motrileños
a tus pies han acudido.
Señor eres de Motril,
Nazareno, por derecho,
pues jamás podrán pagarte
todo el bien que Tu le has hecho.
En esta tarde del Jueves
se abren las puertas del templo
y Nuestro Padre Jesús
de nuevo muestra su ejemplo.
Ejemplo de entrega en vida
a un pueblo que no merece,
muchas veces, con sus actos,
todo el dolor que Él padece.
Es su caminar muy lento
y lleno de majestad,
pues con su mirada quiere
consolar a la ciudad.
Mirando tu tez morena
siempre siento, buen Jesús,
no son nada mis pesares
comparados con tu Cruz.
A la plaza, Nazareno,
ya de vuelta estas llegando,
no hay un hueco en esta hora,
todo el pueblo esta esperando
para ver a su Patrón
y refugiarse en su manto
que nazarenos son todos
la noche del Jueves Santo.

Aún caminas, Hijo mío, por este camino amargo, por esta Jerusalén sureña, que ha trocado el desierto por la vega, y te siento cada vez mas agotado; tus fuerzas flaquean bajo el peso del madero. Ya despidieron al Cirineo que te llevó la Cruz. Estas solo ante tu destino que ya veo fatal. Tus piernas tiemblan y miro tu hermosa figura caer sobre las piedras del camino. Cuanta fatiga acude a tu divino rostro y cuanto dolor se hunde en mi pecho herido. He visto como las mujeres de esta Jerusalén acudían a tu lado para compadecerte y Tu, dando una vez mas le ejemplo del Maestro, les has dicho que no lloren por Ti sino por sus hijos, que quien sabe si padecerán también este Martirio. Ya el camino esta acabando y subes lentamente esa ladera que te conduce a la Muerte. La noche se ha cerrado en manto de negro luto y las palmeras del Cerro, que un día alegrías agitaban a tu paso, hoy están mustias de desconsuelo y de amargura. Entre la multitud he subido a lo mas alto para verte mejor, como aquel Domingo glorioso.



Pasión por Motril camina
Pasión con Amor se inflama
cuando discurre Pasión
en medio de esta canalla.
Es Pasión este Jesús
que todos llaman Maestro,
Pasión que brota en las llagas
de ese corazón abierto.
Pero no solo es dolor Pasión,
que Pasión también es sentimiento,
al ver que su pueblo amado
le quiere dar escarmiento.
Subiendo el Cerro Tu tienes
Motril a tus plantas puras,
y en los corazones late
mezcla de Amor y Amargura.
Desde arriba mira triste
la Imagen de la Belleza,
pues triste esta noche está
la Virgen de la Cabeza.


Todo esta llegando a su fin. Me acompaña tan solo tu amigo Juan. El no te ha abandonado al igual que yo. Al fin he podido acercarme a Ti Tu mirada ha traspasado una vez mas mi corazón doliente, y en ella he vuelto a encontrar solo Amor. Después te han clavado en este madero y el sonido del martillo se me ha hincado en las sienes.
Tu cuerpo, casi sin vida, colgado esta de esa Cruz, y de tu boca tan solo brotan palabras de Consuelo y de Perdón. Le has pedido al Padre que perdone a quienes te han hecho tanto mal. A mi me has encomendado a tu amigo mas querido. Tú que has llevado la Salud a tanta gente, que has aliviado el dolor de nuestros cuerpos y nuestros corazones, te encuentras ahora en las puertas de la Muerte. Los tullidos a los que diste manos y piernas te han azotado, aquellos a los que diste luz a sus ojos, mirándote se han burlado de Ti, los que sacaste de su locura, se tornaron locos de nuevo pidiendo tu Muerte. Aquellos a quienes abriste tu corazón te han abandonado de forma cobarde. Y sin embargo, Tu solo pides perdón para todos ellos.


A tus plantas, día a día,
te piden con devoción,
que des salud al enfermo,
con tu divino Perdón.
No hay Cristo mas visitado
en este Motril cristiano,
que el Cristo de la Salud
a todos tiende su mano.
Un Vía Crucis de dolor
recorre el Miércoles Santo,
todo el pueblo con fervor
la muerte vela con llanto.
Alzan al cielo esa Cruz,
con amor, los costaleros,
que quieren poner a Cristo
en medio de los luceros.
Salud llaman a este Cristo
en la Cruz y moribundo,
pues viniste a repartir
salud para todo el mundo.
Llueven pétalos de flores
cuando pasas por Motril
flores que son amores,
Señor de S. Agustín.
En la plaza, casi al alba,
se agolpa gran multitud,
y Motril sigue rezando
al Cristo de la Salud.

Todo esta concluido. El presagio tan temido es esta noche ha llegado, inundando mi corazón de pena negra y desconsuelo. Las heridas de su frente en mi pecho están sangrando como torrentes de angustia. De la herida del costado ha salpicado el agua que anega mi rostro en llanto. Y no puedo ni alcanzar con mis manos sus pies clavados al madero. Es la muerte que ha legado en esta noche tan fría. Tanto dolor se ha juntado en mi corazón de Madre, que casi no puedo ya contar mis siete puñales.
No me habla mi Hijo en esta hora. Su boca se ha cerrado con el hielo de la Muerte. Él siempre decía que era el Camino, la Verdad y la Vida y esta muerto; pero tengo que superar este desconsuelo que me invade y recordar de nuevo sus palabras: para que el grano dé fruto es preciso que muera.



En esta noche tan negra
negras luces van llegando
como procesión en pena,
a Cristo acompañando.
Silencio gritan las piedras
silencio en los corazones,
solo un ruido de cadenas
que suenan como oraciones.
Van unidos los hermanos
con una cuerda en el cinto,
que unidos quieren estar
acompañando a su Cristo.
En silencio van girando
sus caras tus nazarenos
que no se cansan de ver
el rostro de ese Cordero.
Y cuando miran la Cruz
en sus adentros pensando
que también a ellos vendrá
la Muerte, en silencio, andando.
Y mientras llega ese día,
el Jueves Santo, impaciente,
acompañando voy a Jesús,
mi Cristo de la Buena Muerte.

Ya todos se han marchado. Tan solo quedamos mi hijo Juan, José de Arimatea y las mujeres. Lentamente, con la espesura de la negra noche, han descendido su cuerpo de la Cruz y lo han entregado en mis brazos. Ya no hay sonrisa en su cara, sino una palidez de mármol en sus mejillas. Con gravedad solemne se dirige el cortejo fúnebre hacia el Sepulcro. Y pienso en aquel otro sepulcro de donde Jesús hizo salir a Lázaro.
¿Por qué Él no podría hacer lo mismo ahora? ¿Por qué ha sucumbido Él ante la Muerte, si Él mismo la venció? Ya descansa Jesús en la sepultura. Con mis manos le ofrendé ungüentos y perfumes a su cuerpo ya sin vida. He lavado con inmenso dolor la sangre de i sangre de su cuerpo atormentado. Y nadie puede dar consuelo a está Madre con el corazón roto de puñales. La vida se me ha ido con su Muerte y en mis ojos arrasados no hay más luz que su recuerdo.



Ya no hay sol
que alumbre en este día
pues la noche cayó
cuando Jesús moría.
Nada pude decir,
mi voz enmudecía
al ver su cuerpo muerto
sobre la losa fría.
En urna de plata
es con amor llevado
el cuerpo de Jesús
amortajado.
Silencio en Motril,
dolor callado,
este Viernes infeliz
Jesús es sepultado.

He regresado a casa con Juan. Todo esta vacio y sin vida. No se escucha su voz, dulce y amable, en estas habitaciones desoladas. Nadie anda en las calles a estas horas y crece en mí una congoja de Soledad sombría. Mi alma se ha quedado ausente sin su Pastor Divino, perdida estoy por este bosque espeso de su Muerte. Es mi soledad tan honda que en mi mente se marchitan hasta los recuerdos de su infancia. Y se secan mis entrañas con su ausencia, que una Madre sin su Hijo ya no es Madre, sino huérfana de amor, sin su presencia.


Cuando sales a Motril
medio siglo te acompaña,
del barrio de Capuchinos
eres su Soledad del alma.
Por tus ojos corren lágrimas
de pena y de desconsuelo,
y este barrio quiere darte,
con gran ánimo y desvelo,
piropos para su Virgen,
que es de Motril diamante
cuando por la Rambla sube
y deja aroma fragante
en este barrio que tiene
piropos aun más finos
que los jilgueros del campo
con sus delicados trinos,
Pues no hay cariño más grande
en este Motril divino
como el que sienten por ti
tus hijos de Capuchinos.

Ha pasado un día más sin su presencia. Y me parece oír en esta mañana los mismos cánticos de aquel lejano Domingo de Ramos. Pero no son solo cánticos, sino que escucho también campanas. Me asomo a la calle y veo una multitud de niños. Aquellos niños que no había visto desde el Domingo. Parece que hubieran desaparecido todos estos días y hoy están aquí de nuevo; están alegres y cantando algo que no acierto a distinguir. Debe ser un buen presagio.




El sol inunda la plaza
en este día glorioso,
pues la noche se hizo luz
en su corazón gozoso.
Manos inocentes tañen
mil campanas de alegría,
que en Motril los niños traen
la Buena Nueva del día.
Sobre sus cuerpos pequeños
aun no soportan la Cruz,
que solo reina en la inocencia
la Dulzura de Jesús.



El corazón me dio un salto en mi pecho cuando han venido a decirme que han visto a mi Hijo en Emaús. Dios mío. Ahora comprendo cual era su triunfo. Dónde esta su Victoria. Jesús ha regresado de la Muerte porque Él es la Vida, como siempre dijo. Las abiertas heridas de mi corazón se han cerrado para siempre, y ahora solo ansío poder verle y abrazarle de nuevo. Pero, silencio, alguien llama a la puerta.




Bendita eres María
Madre de tu Salvador,
que bendito es el vientre
que tuvo como fruto a Dios.
En este día glorioso
que viene a verte el Amor,
quiere Jesús recordarte
cuando sufriste dolor.
Que Jesús te vio en el Cerro,
el Domingo, y en la altura,
tu boca como un Rosario
de Gracias y de ternura.
El Lunes, allá en el Huerto,
orando estabas por Mi
y de tu amoroso pecho
brotaba aroma a jazmín
que de este pobre Motril
llegaba hasta la Gloria,
donde por su Amor rezaba
María de la Victoria.
Y cuando en el Carmen fui
atado por mano impía
Misericordia en tus manos
hallé, bendita María.
después pusieron la Cruz
sobre mis hombros cansados
y esforzándome por ver
con mis ojos lacerados,
a ti te vi, Madre mía,
sufriendo con gran Amor,
que es el Dolor de su Hijo
de la Madre el Mayor Dolor.
Camino de ese calvario
las fuerzas no me tenían,
y de nuevo alcé la vista
por ver si yo te veía.
Y al sentir como venía
la muerte en mi asechanza
me dieron fuerzas tus ojos,
los ojos de mi Esperanza.
En la Cruz ya me clavaron,
angustiado miré al suelo
y Madre, allí te encontré,
que eres tú mi Gran Consuelo.
Cuando mi cuerpo dejaste
en aquel Sepulcro Santo,
ya mi alma había marchado
a ocupar lugar más alto
y desde el infinito cielo
pensaba que mil amores
te daría, Madre mía,
para borrar tus Dolores.
Nunca sola tú estuviste
Madre de la Soledad,
que si a tu Hijo perdiste
encontraste una ciudad.
la ciudad que cada año
recuerda con gran pasión
los Misterios de tu Hijo,
y cuenta con ilusión
los días que aun le faltan
para que en Motril renazca,
un año mas, su Semana Santa.

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