viernes, 12 de diciembre de 2008

PREGON DEL NAZARENO 1999





PREGON NAZARENO 1999

In memoriam
Dedicado a mi generoso amigo
Antonio Olvera, a quien la Madre
quiso abrazar, para que en el
cielo le impusiera la Corona que
en su Motril le había preparado.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno, queridos cofrades nazarenos.
Antes que nada agradecer a mi amigo Paco Gómez la confianza que depositó en mi persona cuando, recién elegido Hermano Mayor de esta motrileñisima cofradía, me solicitó pregonar a sus Sagrados Titulares en el primer año de su mandato, que por su experiencia, saber cofrade, ilusión y nazarenismo largamente probado, estoy seguro que será una etapa fructífera y fecunda en la vida de la cofradía del Nazareno. Gracias por tu confianza, querido amigo.
Como no aludir también a mi presentador, manchego de cuna y de crianza, pero motrileño de adopción y sentimientos, quien con su verbo fácil y hondo contenido, estoy seguro que habrá incurrido en exceso de elogios y en omisión de carencias por mor del gran afecto que me consta tiene hacia mi persona y que en este caso es reciproco. Por ello, querido Carlos, muchas gracias.
He de confesaros que al sentarme a escribir este Pregón se suscitó en mí el siguiente dilema: he de hacer un Pregón “nazareno” o un Pregón “esperanza”. Vosotros entendéis muy bien qué quiero decir. En esta cofradía se aúnan dos devociones, dos amores que se unifican en una sola Hermandad; es por ello que como idea inicial me planteé intentar la confección de un pregón que guardase el equilibrio entre ambas devociones. Espero haberme acercado a ese propósito, siguiendo los pasos de Jesús Nazareno durante el camino del Calvario y la constante presencia de su Madre, doliente y sin embargo plena de esperanza en la Resurrección de su Hijo.
No se oyó en el palacio de Pilatos el vuelo de los vencejos en aquella tarde primaveral, cuando el cobarde Gobernador dictó su sentencia. Ni toda el agua del Jordán sería suficiente para lavar sus manos manchadas con la sangre inocente del Maestro, quien azotado y escarnecido se le ha impuesto su morada túnica nazarena para iniciar el camino que le conducirá a su triunfo final sobre la muerte.
Cuando sobre le hombro dejan caer la cruz, la madera se le incrusta en las abiertas heridas que el látigo infame le ha causado. El Hombre-Dios, el Varón de Dolores, asentado sobre sus purísimas plantas y tomando aliento se dispone a emprender un tortuoso Vía Crucis. Sus pies, que tantas veces le llevaron ágiles y prestos por estas polvorientas calles y caminos, atendiendo y sanando a cuanto se lo pedían, sus pies son hoy pies cansados, que se arrastran bajo el peso del madero, y lo que mas le duele no es la cruz sino el abandono de todos sus amigos y el desprecio de cuantos ha favorecido.
Alrededor del Palacio se ha congregado gran cantidad de personas, ninguno quiere perderse contemplar a Jesús cargado con la cruz. Ese Nazareno al que todos, todos sin excepción, han condenado. Aparece Jesús entre las puertas y un silencio culpable y homicida sacude los muros de las casas. Cumplida ya la cruel sentencia nadie se atreve a levantar su voz para reiterar la condena al Nazareno, los ojos antes ávidos de sangre se inclinan al suelo avergonzados de la infamia por ellos provocada.
También estoy yo frente a la puerta de su casa y sorteando las cabezas de la multitud, acierto a encontrar el rostro del Nazareno, ese Nazareno de piel morena, de ojos tristes, de preciosas manos, que acarician la cruz, no hay crispación en su gesto, no existe la ira en su mirada, sino dolor callado, entrega voluntaria a su destino.
Una interminable sucesión de capirotes morados pasa frente a mis ojos; hace apenas unos minutos pude ver a dos viejos cofrades charlando en la calle de la Gloria; recuerdo que uno le decía al otro que este año ya no se vestía, pues los achaques de la edad no perdonan, pero sin embargo, acompañaría a su Nazareno desde las aceras. En el revuelo delos prolegómenos pude ver también a los miembros de la Junta de Gobierno yendo de acá para allá, cuidando de todos los detalles de última hora, y a ese penitente anónimo, cuyo nombre nadie conoce, pero que, año tras año, acude con su hábito morado al lado de su Señor. También he visto muchos niños a quienes sus madres retocan por última vez el pequeño hábito al tiempo que le recuerdan por enésima ocasión su deber de comportarse bien durante la Estación de Penitencia. Los niños de la cofradía, como la semilla de la parábola, crecerán en tierra fértil, abonada con el buen ejemplo de los cofrades adultos, hasta llegar a su mayoría de edad capacitados para recoger las riendas de su cofradía y así perpetuar el ciclo de esta tradición piadosa.
La Cruz de Guía comenzó su recorrido hace unos minutos y va indicando el camino a los nazarenos; todo un símbolo, como otros muchos de los que está plagada nuestra Semana Santa. Ese nazareno anónimo que literalmente sigue el consejo de Jesús y toma su Cruz, marca el camino de todos sus hermanos, encabezando el Vía Crucis que quiere ser y es la procesión.
Ya se escucha la campana del trono ordenando a los portadores acudir prestos al varal. Dos toques más y el Señor de Motril comienza a andar acercándose a las puertas de su casa; su túnica morada se mece levemente a los sones de la Marcha Real y la gran multitud que estábamos expectantes desviamos nuestras miradas hacia ese Jesús que se nos antoja más bello que nunca, más nuestro que nunca, tan cercano como siempre. Hay mil nudos que se agarran en mil gargantas de cera y por mil mejillas bajan, mil lágrimas de emociones, que bañaran las aceras de Motril en esta tarde, desde el Camino las Cañas, llorando por mil rincones, hasta la Plaza de España. Todos le piden a Él, a Jesús el Nazareno, que les alivie su cruz, que paradoja y misterio que recurramos a quien la cruz el hombro doblega. Pero Él a nadie niega su ayuda, y en su mirada tan dulce, y hasta en el sedoso pelo, los motrileños encuentran la luz entre sus tinieblas y la paz en sus desvelos.
El sol ha querido ocultarse por no sentirse humillado, y desaparece allá por el mar de Salobreña. Sabe que no puede competir con quien se acerca. Conoce muy bien su rostro, cuando los vip en aquellos ya lejanos años detrás del Ayuntamiento. Entonces Ella no tenía casa donde ser obsequiada con flores y como en Belén, bajo una lona, hubo de pasar muchas noches, muchos miércoles Santos, con la única pero amorosa compañía de sus hijos más queridos.
Tampoco ha olvidado el sol, que se lo contó la luna, aquella tristísima noche que envuelta en una manta, sus hijos que tanto la aman, la llevaron en volandas a otra casa que con amor la acogió, porque si Nazareno es su Hijo, sus hijas nazarenas son.
De nuevo el sino de una campana me saca de mis pensamientos.
Es el trono de la madre, que desde aquel rincón de su casa los jóvenes portadores, con mimo y con gran esfuerzo, hacia las abiertas puertas van poco a poco volviendo. Como cuando salió el Nazareno, un nudo en mi garganta se agolpa y está latiendo, de ver a nuestra Esperanza sobre esos hombros meciéndola blanca luz de su rostro, el lirio de sus majillas, el doloroso clavel de su boca entristecida, que a su Hijo vio marchar este Jueves que mas brilla con la cruz sobre sus hombros, y no hay pena como su pena, ni mayor dolor humano, que ver como su Hijo, al que tuvo entre sus manos, carga con una cruz, ya camino del Calvario. Mi corazón se sorprende al comprobar cómo en este corazón aun caben más emociones. Desde arriba de su casa, como si del cielo fuese, escucho la voz devota de un querido hermano y amadísimo hijo suyo. El Ave María se quiebra en su garganta cuando la Esperanza sale a Motril, y a esa voz le pone música le tintineo de los varales del palio, la gente prorrumpe en vivas y otros le gritan guapa, que a esta Virgen motrileña, la Virgen de la Esperanza, todos la quieren llevar junto a su Hijo del alma.
Con prisa voy por las calles, confundido entre el gentío, que quiero ver al Nazareno de nuevo, y lo encuentro en las Palmeras. Pasados ya esos momentos intensos de la salida veo a Jesús caminar por Motril con ese paso tranquilo y sencillo de siempre. Cuantas veces he comentado esta singularidad. Es el paso del Nazareno; elegante, majestuosos y sublima. Pero mientras venía hacia aquí, entre el tumulto de personas, he venido pensando en los otros nazarenos, esos que iban junto a mi al encuentro de Jesús. Y pensaba que es a ellos a quienes debo mirar con el sentimiento que miro al que va arriba del trono. Todos ellos llevan una cruz y son los nazarenos de hoy, los que viven entre nosotros. Ese padre de familia con la cruz del paro. Esa madre con la cruz de la droga comiéndose a su hijo. El anciano con la cruz de la soledad. La mujer de la calle con la cruz del abandono y la miseria. Nazarenos vivos, retrato vivo de esta Pasión en nuestras calles. Quizá empezamos a comprender que el único sentido de estas maravillosas rememoraciones nuestras está en saber que lo que ocurrió hace dos mil años, ha de servirnos para entender y actuar en los vía crucis de cada día.
Pero para los motrileños, el Nazareno es algo más. No es solamente el venerado Titular de su Cofradía, es también el Señor de Motril, el mejor Patrón que pudiéramos tener los que manifestamos con satisfacción y orgullo, estar bautizados “con el agua de la acequia”. Como Señor que es, cuando el pueblo se ha visto impotente por los desastres de las sequías, Motril se amparaba en el Nazareno, implorando en rogativa su Misericordia. Y cuando las entrañas de la tierra amenazaban destruir nuestro bendito pueblo, Motril entero buscó el consuelo de su Nazareno, instituyendo el Voto de la Ciudad, mantenido por el pueblo a pesar, y a veces en contra, del poder civil y hasta del eclesiástico. La historia y el corazón de los motrileños han hecho del Nazareno el Señor de Motril. Y Señor quiere decir también Padre. Cómo me gusta oír, de labios de viejos nazarenos, la expresión Nuestro Padre Jesús, cuando a Él se refieren. El amor y el respeto que encuentro ene esa expresión me satisface enormemente, en contraste con la moda imperante en nuestras cofradías de llamar a los Titulares con apelativos impropios de la devoción que deben inspirarnos.
Pero la mente se me ha ido por otros caminos, y ahora me doy cuenta que la última banda ha pasado frente a mi. No quiero perderme el paso por la tribuna, y hacia ella me dirijo. La calle Nueva es un mosaico de personas. Mientras me hago sitio para ver mejor encuentro a muchos motrileños, ausentes de la ciudad todo el año, y que han venido a ver a su Nazareno a su Esperanza.
Como puedo me encaramo sobre le tranco de una vieja casa, y observo a la Cruz de Guía con paso solemne subir la calle Nueva.
Por la calle Nueva sube
un nazareno de bronce,
por la calle Nueva trae
todo el dolor que no esconde.
No son piedras, sino flores,
que pisan sus pies divinos,
alfombra de clavel y lirio,
aroma de perfumes finos,
que extienden los motrileños
Y Nuestro Padre Jesús,
éste y todos los años,
camina hacia el Calvario
en esta noche de Abril,
consolado por sus hijos,
los hijos de su Motril.
Este Jesús Nazareno
es Hijo de la Esperanza,
que desde niño conoce
la Gloria que a Él le alcanza.
Pero poned atención
que ya se escucha en la Plaza
el tintineo del palio
del trono de la Esperanza.
Llega entre gritos y vivas
la Madre del Nazareno,
pues sus hijos de Motril
le quieren dar su consuelo.
Y si miráis su cara,
iluminada por velas
a las que mece la brisa,
veréis que entre su tristeza
aparece una sonrisa.
Y mi asombro no se para,
aún siento más emoción
cuando los tronos van juntos
por la Rambla del Manjón.
El verla tan sola y triste
consentirlo no podían
por eso los nazarenos
a su Hijo con María
juntos los llevan a casa
Y entre piropos y vivas
oraciones y alabanzas
liberado del sudario,
el Nazareno vendrá
en Gloria resucitado.
El Nazareno ya asoma
por la esquina de la Plaza,
viene con paso muy quedo,
esperando a su Esperanza.
Miradlo por donde viene
reza una saeta herida,
al ver como a su Nazareno
se le va yendo la vida.
Si no fuera porque sé
que el Jesús que ante mí pasa
es el mismo Nazareno
a quien recé ante su casa
hace unas horas tan solo,
juraría que este Cristo,
más solo lo encuentro ahora,
que a la dulzura del rostro
le acompaña en esta hora
el sufrimiento del mundo
que en la cruz se ha concentrado,
y en su cara tan divina
su dolor todo ha brotado.
La espera triste no es,
que es la espera bien alegre,
pues la promesa es de Dios,
y Jesús, junto a su Madre,
en esa espera ha vivido
desde su mas tierna infancia,
sabiendo que en Él se cumple
del mundo, toda Esperanza.
Pero si vimos pasar
al Hijo de la Esperanza,
junto a nosotros tenemos
la Madre de la Esperanza,
verde esmeralda es el manto,
verde su palio bordado,
verdes las capas que llevan
los nazarenos del paso.
Son verdes las emociones
que siento en el corazón,
cuando le miro la cara
a esta Virgen de Pasión.
La Madre de la Esperanza,
Gloria de Dios encarnada
en la Madre de Jesús,
Madre de toda Esperanza.
Y entre vivas y piropos,
María por Motril camina
con el calor de su pueblo,
y el aire de brisa marina
le acaricia las mejillas,
y de sus ojos de azúcar
se desprenden de puntillas,
dos lagrimas de amargura
al ver al Hijo subir
camino de la sepultura.
Pero si miráis bien
a esta Virgen Nazarena
veréis detrás de sus ojos,
de esa carita de pena,
cómo brillando en el fondo
del cristal de su mirada
encontramos una luz,
bendita luz de Esperanza.
Esperanza que nos habla,
que a todos nos da el consuelo
de que la Pasión de Dios,
el Hijo de sus desvelos,
no termina en el Calvario,
pues mas allá del Sepulcro,
juntos para siempre están
Nazareno y Esperanza.
He dicho.

Motril 13 de Marzo de 1999

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