domingo, 15 de marzo de 2009

PREGON DE EXALTACION A LAS GLORIAS DE MARIA SANTISIMA DE LA MISERICORDIA


Sr. Hermano Mayor y Junta de Gobierno, hermanos de la Cofradía del Perdón, amigos todos.
Tiene para mi especial emoción ser presentado por Mari Ángeles, hija de este bendito barrio de la Angustias y especialísimamente unida a la advocación de Nuestro Señor del Perdón. Mari Ángeles es para mi mucho más que una amiga, más que una hermana. Desconocía hasta este momento el contenido de sus palabras, pero conociéndome como me conoce, y sintiendo el profundo afecto, que es mutuo, seguro que habrá incurrido en ensalzar en demasía a mi persona, y habrá omitido mis muchas carencias. No obstante, y conociendo su “chispa motrileña” habrá dejado caer “a lo soliquintrón” alguna pincelada cariñosa de su fino humor. Mi querida May, gracias por tu amistad, y por tus palabras.
Al manifestarme hace un par de meses la Junta de Gobierno su deseo de que fuera quien hoy os habla el pregonero de las Glorias de María Santísima de la Misericordia, no tuve duda alguna en aceptar tan honroso encargo. Y ello porque, como la mayoría conocéis, mi vinculación con esta Hermandad arranca desde un ya lejano 14 de octubre de 1984, día en que nos reunimos unos pocos amigos para emprender un camino entonces incierto y al tiempo cargado de ilusiones. Un camino que, en mi caso, se desarrolló durante nueve años formando parte de aquel grupo de personas que, con la ayuda de tantas otras, gestó e hizo grande la que, desde su origen, nació queriendo ser la Cofradía del barrio de las Angustias.
Es por ello que al recibir este encargo, acudieron a mi mente decenas de recuerdos imborrables de aquellos años. Amigos que se fueron para siempre, y no puedo dejar de aludir a nuestro entrañable Pepe Díaz, que además de figurar y ser el hermano número uno de la Cofradía, cuando lo teníamos entre nosotros fue siempre ejemplo de honradez y mediador amable en todas las pequeñas discrepancias que surgían. Tampoco puedo dejar a un lado el recuerdo a un muchacho que se nos fue un fatídico e imborrable martes y trece, Jorge Martin, que apuntaba a sus 17 años tan grandes valores que seguramente nuestro Jesús del Perdón quiso llevarlo a su lado, para desde allí, velar por los que nos quedamos. Recuerdos de tantos Lunes Santos de claveles cortados y largas noches de nervios e impaciencia. Convivencia fraterna de tantas y tantas jornadas de feria y cruces.
Pero centrémonos en la misión que hoy nos congrega aquí. El pregón de las Glorias de María Santísima de la Misericordia. ¿Como enfocar un pregón con ese titulo? Siendo María el espejo donde mirarnos y siendo esta bendita advocación de Misericordia, pensé que nada más natural que recorrer de su mano el camino que nuestra Iglesia nos ha fijado, y que aprendimos de niños en el Catecismo, de las obras de misericordia. Examinarnos en misericordia como Cofradía, teniendo como modelo a nuestra Madre.
Siempre he echado de menos en este, por otra parte maravilloso, movimiento cristiano que son las hermandades, una mayor dedicación a las actividades de asistencia social a los desfavorecidos. La primera de esas obras de Misericordia que aprendimos de niños manda a los cristianos dar de comer al hambriento. Y en estos tiempos que corren, suena de especial necesidad ese mandato. ¿A cuantas familias en estos 25 años se ha auxiliado en sus necesidades? Resulta a veces irónica aquella recomendación que se nos hizo, de dedicar al menos el 10 por ciento del presupuesto anual para obras de caridad. Metámonos la mano en el pecho y pensemos si trabajaríamos con la misma ilusión, con el mismo empeño en esos días intensos, agotadores y llenos de alegría fraternal de tantas ferias y cruces, si en lugar de tener como meta la adquisición de unos faroles, de un techo de palio, hubiera de dedicarse todo ese esfuerzo a atender por encima de ello las necesidades primarias de los cristos que día a día conviven en nuestras calles. Es muy probable que el entusiasmo se viera notablemente disminuido.
En segundo lugar nos encontramos el mandato “dar de beber al sediento”. ¿Hacemos como la samaritana en Sicar, junto al pozo de Jacob, cuando alguno de esos cristos vivos se dirige a nosotros?
Vestir al desnudo. No se trata quizás de entregar media capa de la que poseemos para dar abrigo al necesitado de ella en estos tiempos, pero tal vez podríamos hacer más acogiendo a tantos desnudos de Amor como nos cruzamos a diario en nuestras calles.
La siguiente obra de misericordia tiene una especial importancia para quien os habla y para esta Hermandad. Nos invita a visitar a los enfermos. Algunos de los hermanos más antiguos que me escucháis sabréis, aún sin mencionar su nombre, a quien me voy a referir seguidamente. Hubo hace algunos años un acontecimiento triste. Un hermano del Perdón se vio dolorosamente abatido por el dolor y la postración. En aquellos momentos, muy escasos hermanos acompañaron al mismo en su penosa situación. Y he de confesaros que aquella actitud de mi querida Hermandad me desilusionó tan grandemente, que me hizo alejar de toda actividad en la Cofradía. Resulta difícil entender como llamándonos hermanos, cuando mas se necesita sentir la presencia de los tuyos, se encuentra la indiferencia y la soledad.
Siguiendo con el repaso a las obras de misericordia, nos encontramos con una muy afín al Titulo principal de nuestra Cofradía. Asistir al preso. Podría tener en este camino la Hermandad una dedicación especial, un proyecto de asistencia social íntimamente unido a su Jesús preso. Por ello quiero daros a los que actualmente tenéis la responsabilidad de guiarla, esta idea de actuación. No en vano, desde la fundación, se quiso inscribir en el escudo de la Cofradía la Cruz trinitaria, feliz recuerdo de aquel carisma por el cual los hermanos trinitarios se ofrecían como canje por los cautivos.
Dar posada al caminante. Son tantos en estos tiempos los peregrinos. No caminan hacia marismas ni basílicas, sino a una tierra extraña y casi siempre hostil. No les esperan a su llegada sevillanas ni banquetes, sino marginación y desarraigo. Y en esto, ¿que podemos hacer? Se me ocurre que a tiro de piedra de donde nos encontramos existe desde hace años un lugar de acogida de peregrinos, y se podría ofrecer colaboración estrecha con ellos.
La última de las obras de misericordia materiales tal vez ya no tiene vigencia práctica en nuestros tiempos, pero sin embargo me retrae a las raíces mismas de la Hermandad. Enterrar a los muertos fue la tarea primordial de la primitiva Hermandad de Jesús Preso, antecesora de nuestra Cofradía.
Terminada ya la relación de las obras de misericordia materiales, quisiera esbozar una glosa sobre las llamadas espirituales.
La primera de ellas es enseñar al que no sabe. Y de nuevo me pregunto ¿Qué puede hacer mi Hermandad en este campo? Las reuniones de formación cristiana, a las que de los varios cientos de hermanos, asisten, ¿Cuántos? ¿No será labor de todos fomentar el interés por crecer en el conocimiento de la religión a la que decimos pertenecer?
Dar buen consejo al que lo necesita. ¿Nos preocupamos de los problemas de nuestros hermanos, o más bien volvemos la cara con indiferencia?
Perdonar las injurias. Este apartado debería ser el centro de la actuación de los hermanos del Perdón ¿No creéis? El devenir de la vida cofrade esta dolorosamente plagado de rencillas, rencores, enfrentamientos personales, guerrillas sin sentido entre corrillos, que nos apartan del mandato de Jesús: “Sed uno como mi Padre y yo somos Uno”. ¿Os dais cuenta la importancia de la formación, de volver la vista una y otra vez al Evangelio?
Continuamos este recorrido por las obras de misericordia. Consolar al afligido. Hemos de ser refugio de los hermanos, hombro amigo, cobijo amable, palabra de apoyo, abrazo de hermano.
La siguiente es consustancial a nuestra principal advocación. Tolerar los defectos del prójimo. Es decir, perdonar a nuestro hermano. Cada uno de nosotros debería tener grabada en su mente y en su corazón estas seis letras PERDON y ponerlo en práctica en la relación cotidiana pero especialmente entre los que nos llamamos hermanos.
Queridos hermanos, con ser todas estas obras de misericordia una hermosa plasmación de actuaciones cristianas, todas ellas se podrían resumir en una. El ejercicio de la caridad. Pero ¿Qué es la caridad? Nuestro Santo Padre Benedicto nos lo ha dicho. Deus est caritas. Dios es caridad o lo que es igual, Dios es Amor. De tal modo que ejerciendo la Caridad no hacemos otra cosa que imitar a Nuestro Señor, seguir su único Mandamiento, amarnos como Él nos ama.
Pero estoy seguro que estaréis pensando: hemos venido aquí a escuchar el Pregón de las Glorias de María Santísima de la Misericordia y hasta el momento nuestra queridísima Madre parece haber estado ausente. No hay tal, porque cada una de las obras que hemos repasado fue norte y guía de Nuestra Señora en su paso por la tierra, y sigue siéndolo eternamente en su acción mediadora con nosotros, sus hijos. Aunque no os sigáis preocupando, porque ahora sale de mi corazón mariano el deseo de engalanar con mis pobres margaritas hechas palabras a la Imagen de María que preside mi dormitorio, aquella que hace mas de veinte años quisimos llamarla Madre de la Misericordia, Dulzura del Martes Santo

En Sevilla te forjaron
sin adivinar siquiera
que esa cara de marfil
nacía ya motrileña.
Llegaste a tu ciudad
colmándonos de ilusiones
la palidez de tu rostro
llenó nuestros corazones.
Y te acogimos aquí
en esta Iglesia del Carmen
con humildad y sencillez
como se acoge a una Madre.
Al venir solo sabíamos
que te llamabas María,
Santísima por deseo
de Aquel que tú llevarías.
Una hermana apuntó
la devoción que tendrías,
Misericordia es el nombre
por el que te conocerían.

Porque ese nombre esta unido
a tu Hijo del Carmelo
Misericordia y Perdón
unidos nos dan consuelo.
Mi Misericordia tiene
mejillas de terciopelo,
azúcar en su mirada
amor derraman sus dedos.
Cuando por Santiago iba,
¡Ay que tiempos aquellos!
meciéndose dulcemente
con los acordes tan bellos
de Amargura por las calles
de su barrio tan señero,
las puertas de par en par
esperando a Jesús Preso.
Y aunque de la Mayor
ahora sales muy hermosa
nunca podré olvidar,
esa y otras muchas cosas,
aquellos Martes de Angustias,
al pasar por estas calles
de casas bien encaladas,
para recibir en ellas
la visita de su Madre.
Y es que eres, Madre mía,
Flor entre todas las flores,
azucena pura y limpia,
geraneo de sus balcones.
Dulzura del Martes Santo
que a todos nos aprisiona
con tu carita de Virgen
y mejillas de amapola.
Misericordia derramas
en tus manos de Pastora,
que nos inunda el alma
al ver tu cara, Señora.
Esa cara que le brotan
perlas en sus mejillas,
puros diamantes de amor
del corazón que más brilla.
Y es que no es posible hallar
por mas que busques en vano
una Madre tan preciosa
entre las gentes del barrio.
Una Madre que a su Hijo
contempla en su condena,
herido su corazón
con puñales de gran pena.
Infamia le causaron
a tu Hijo en el Carmelo
atando con mano impía
a tu Divino Cordero.
Misericordia no llores,
carita de nácar puro,
que tus lágrimas de hoy,
en este trance tan duro,
se tornaran alegrías,
Hosannas y exclamaciones
cuando Jesús resucite
poniendo en los corazones
blancos lirios de alegría
para que tu corazón no sufra
Bendita Madre María.
Y tus hijos de este barrio,
unidos en la Hermandad,
cada Martes con su Madre
escuchan con humildad
las angelicales voces
de tus hijas más queridas,
consagradas a Jesús,
Nazarenas de clausura.
Misericordia le piden
a Jesús, nuestro Maestro,
Aquel al que tú pariste
Aquel al que hicimos Preso,
y sin embargo tus manos
regalan Misericordia
a estos hijos que a tu Hijo
cobardemente han prendido.
Madre de Misericordia,
Señora de este Carmelo
bendice siempre a tu barrio
dale tu gran consuelo.
Y si mi amor te olvidare,
que nada en eso merezco,
Tú no te olvides de mí,
Madre de Jesús Preso.
He dicho.

Motril, Templo del Carmen 14 de Marzo de 2009