viernes, 5 de febrero de 2010

LO VIEJO Y LO NUEVO

Editorial del programa de Onda Cero "A golpe de llamador" del dia 28 de Enero de 2010

Es un vicio o un error muy común en las personas, en las naciones, y también en las cofradías ufanarse (a veces sin motivo) de las bondades del tiempo presente. Y eso en si mismo no está mal, siempre y cuando ni las personas, ni las naciones, ni las cofradías recuerden con sinceridad y con cariño otros tiempos pasados que, quizás no tuvieran en lo externo, en lo material, tanta rimbombancia ni tanto oropel, pero que sin embargo, en muchas ocasiones gozaron de una riqueza humana que para si quisieran estos tiempos.
Y puedo escribir de lo que conocí allá por los ochenta. Cofradías nacientes entonces que se procuraban las picas (si las picas) pidiéndoselas prestadas a la siempre generosa Buena Muerte. Tronos de varales retorcidos de puro antiguos, como el que fue del Santo Sepulcro y después llevó en su cima a Nuestro Señor de la Borriquita, y después al humilde y magno Jesús del Perdón. Cruces de Guía sencillas, como la del Santísimo Cristo de la Salud, que encabezaban varias procesiones diferentes una misma Semana Santa, y así innumerables gestos de confraternidad entre hermandades. Lo material era lo menos importante, porque con todos los defectos que teníamos las personas que en aquellos años trabajábamos por nuestra Semana Santa, había clarísima una cosa: lo esencial, la base de una hermandad es la fraternidad de sus miembros entre si y con los demás. Y no es que ninguno fuera santo, ni mucho menos, que se formaban bullas como montañas, pero después de las tormentas salía el sol, la luz, la conciencia de ser hermanos en una misma asociación cristiana.
No cambiaria jamás la felicidad de ver al Perdón de reojo reflejado en un escaparate de color negro subiendo la calle Nueva, con el hombro fastidiado por ese varal retorcido del trono antiguo, no cambiaria eso jamás por el mejor paso repujado en pan de oro, pero sin sentir ese único corazón que latía bajo el Señor del Carmen.
Pensemos pues que lo que queda en el interior del cofrade no son las joyas ni las bambalinas doradas de esos preciosos palios que hoy disfruta nuestra vista, sino el corazón que hayamos puesto en nuestro hermano de al lado.

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